Hace millones de años, nuestros ancestros fueron capaces de mantenerse con vida gracias a su capacidad de correr largas distancias.
Correr nos salvó y nos permitió evolucionar, desarrollarnos y crear todo lo que hoy vemos a nuestro alrededor.
Es cuanto menos curioso que a pesar de estar diseñados para movernos y para correr, hayamos terminado viviendo y pensando tal y como lo hacemos hoy en día.
Pensar que moverse, entrenar y correr es dañino para el cuerpo, es asumir que nuestro cuerpo dejó de ser lo que era y se ha convertido en el conglomerado de carne favorito de cualquier sofá.
Sin embargo, lo cierto es que aquellos que hemos decidido movernos y cultivar nuestra salud a través del entrenamiento, lo que realmente estamos haciendo es potenciar unas habilidades que nos fueron regaladas hace miles de años.
De alguna manera, correr es un tributo a nuestros ancestros y un regalo para nuestro cuerpo; pero no debemos olvidar que es posible que el día a día en el que nos vemos envueltos haya mermado nuestras capacidades.
Por lo tanto, siempre será más inteligente re-aprender a correr y preparar a nuestro cuerpo para esta actividad. Y una vez estemos en forma, podremos disfrutar sin miedo de la carrera.
Le debemos nuestra supervivencia a la capacidad que tuvo Homo Sapiens de sacarse las castañas del fuego cuando no era más que un homínido discreto entre una fauna salvaje.
Gracias a un glúteo mayor que solo nosotros poseemos.
Gracias al tendón de Aquiles.
Gracias a un ligamento en el cuello que nos mantiene estables.
Y gracias a cada glándula que se encarga de extraer el calor en forma de sudor.
¿Estamos diseñados entonces para correr?
Muy rápido desde luego que no. Pero durante largo tiempo y a ritmos inalcanzables para otros animales, me atrevería a decir que sí.
Lo que es un hecho, es que aunque los humanos ya no necesitan la capacidad de correr, el hecho de correr maratones o largas distancias es la manifestación moderna de un rasgo humano único que ayuda a hacer de los seres humanos lo que somos.